domingo, 27 de enero de 2008

London Ways

En Londres me hice mayor, tomé conciencia de que estaba sola frente al mundo, encontré mi ciudad y mi norte. Yo que apenas había salido de mi ciudad de provincias, de golpe y con apenas 14 años me sueltan alli. Creo que entonces comenzó mi fascinación con la ciudad, con todo lo british, el cine, la música, el arte... Pasé de chica de provincias a chica internacional. Era lo más florido de los 80 y los piercing, las madonnas de la primera época, las doctor Martens, las crestas de colores y las tachuelas sobre cuero estaban a la orden del día. Oíamos cosas como los Housemartins, nos sabíamos el Material Girl de memoria y pasabamos tardes enteras tumbados en el green. Esos amigos nuevos de la recién estrenada adolescencia a caballo entre la amistad y el primer amor. (Creo que me enamoré de todos ellos al menos por un día). Me llené un brazo de pulseras negras de vinilo hasta el codo y me compré una cinta del pelo que parecía un trozo de encaje azul celeste, pantalones pesqueros, gafas negras de pasta y unas vans a cuadritos azules. Estaba sola en la ciudad, sola, cuando hasta entonces no se me había permitido ir a las excursiones del cole -"por si acaso pasa algo"-decían mis padres.
Estaba a mi aire, como una especie de madonna infantil que se disfrazaba para salir a la calle, que tomaba el bus de dos pisos, que hacía amigos nuevos y hablaba inglés con torpeza y descaro a partes iguales. Un día sostuve un cigarro entre los dedos, sentí miedo, ese miedo infantil absurdo de sentirse observado por el más alla, por tu madre. Otro día fue una copa de champán, pero no bebí, lo juro que no.

Hay mil Londres y cada día alguien inventa el suyo propio. Todavía hay vestigios de ese que conocí hace más de 20 años y todavía me cruzo con algún retazo suelto. Esta semana he regresado a la ciudad en la que me hice mayor, a la que he vuelto mil veces, la ciudad en la que me casé, de la que nunca me he ido del todo.

No puedo dejar de sonreir, comienzo en el tren desde el aeropuerto con mis patatas extra de pimienta, en este país la pimienta sabe a pimienta de verdad, la de los molinillos, la de las patatas... Pienso en los eggmayonnaise sandwiches, los de pepino, en los scones del te con clotted cream y jam. Una suerte de comida basura tradicional inglesa que me pertenece y forma parte de mis tesoros privados. -Gracias-a-Dios- en España no puedo comprar cress para mis sandwiches y puedo seguir añorándolo en la distancia. Llego a la parada de taxis, confirmo con el conductor mi trayecto, pero antes miro a la derecha para comprobar que el cartel verde manzana y rojo del musical Wicked sigue en su sitio. Vuelta a la esquina y Billy Elliot me observa todavía desde la fachada del Victoria Palace. Las cosas siguen igual que la última vez. Buses rojos, taxis negros, el orden mundial existe.

Dentro de Londres Seven Dials es mi casa, mi calle, mi universo propio. Recorro con devoción Earlham St llena de librerías frikis de diseño y publicidad, la tienda de maquetas... Neal's Yard que parece un trozo de Jamaica, con su quesería estupenda y Neal Street siempre abarrotada. Hace poco descubrí que la productora de Sam Mendes, Neal Street Productions, está en el número 28 de la calle y eso también me hizo feliz. Doy la vuelta y cruzo Floral St. y Long Acre para cenar en Tutton's. El pasado junio, haciendo el mismo camino, Tim Burton y Helena Bonham Carter paseaban con su bebé en un carrito, despenaidos eternamente y vestidos de manera imposible. Más delgados y más pálidos de lo que nadie hubiera podido decir, ella aún con los vestigios de su personaje en Sweeney Todd visibles en su rostro.

Voy a por el Apple Pie, ese que te venden en el pizarrón grande como Spiced: canela, pimienta, vainilla y esa cremita, el custard, bañándolo todo. Pienso en la de días felices que he pasado en ese restaurante con mi gente. Sonrío de nuevo y me siento una especie de Amelie londinense, todo es verde y rojo y brillante, yo hago el bien entre los skinheads, con los chicos de la peluquería Vidal Sassoon que llevan peinados afro y unos zapatos de purpurina azul eléctrica, apaciguo a Vicky Pollard y sus amigas y desayuno en Candy Cakes una tienda que parece salida directamente de Disneylandia o de Harry Potter. Sólo quiero caminar, oler la ciudad, mirar la gente, metérmela en vena. Es como un oasis mental y paso 3 días sin salir del barrio. Me gasto 400 libras en gadgets inservibles en Magma, una tienda completamente hecha de cartón: estanterías, mostrador, baldas, suelo, escalera. Compro un diario que se dice que cambiará mi vida y con el que me parto de risa. Si lograra alcanzar la genialidad del humor para hacerlo mío sería uno de los logros de mi vida.

Tengo que almorzar en el Covent Garden Hotel, voy para allá, una delicia. Es lo que debería ser un Boutique Hotel. Me acuerdo de haber estado alojada, y de mi visión, desde la ventana del primer piso, de la calle llena de mis amigos y familia más cercana paseando y haciendo tiempo para coger el bus hacia el lugar de mi boda. Mi mundo real y Londres fusionados de una manera extraña desde la ventana. Vajilla de plata, mantel de hilo, sopa de brocoli con stilton, una ensalada que lleva comino, chalota en vinagre, hojitas verdes con los nervios de color rojo, espinacas baby y pechuga de pollo ahumada. Miro por el ventanal la tienda de enfrente, Cocó de Mer, una especie de tienda erótica que es lo menos erótico y lo más divertido del mundo. Drew Barrimore entra en el hall del hotel precedida de maletas, sube directamente al primer piso, antes saluda a todos, es una habitual. Me lo confirma el camamero mientras me sirve vino. Yo sigo con mi ensalada, mi pan de tres formas diferentes en un cestito metalico oxidado y precioso. Paredes de flores inglesas, cortinas clásicas, mesas de acero inoxidable, cubertería de plata, sillones modernos de piel verde sapo y Drew Barrimore con chicle como una visión descarada y prepotente del nuevo mundo. ¿Cómo lo consiguen? ese match perfecto de lo tradicional y lo más trendy, lo más cutting edge del mundo.

Quiero quedarme aquí, ser como Amelie, hacer el bien y convertir a Drew Barrimore en chica europea, como Madonna. Algún día me escaparé para siempre.


*La segunda parte de este post está aqui

2 comentarios:

Hatt dijo...

Me ha gustado tu descripción de una envidiables ¿cotidianidad? londinense.

Un saludo.

Tom Hagen dijo...

Some boys kiss me, some boys hug me
I think they're O.K.
If they don't give me proper credit
I just walk away

They can beg and they can plead
But they can't see the light, that's right
'Cause the boy with the cold hard cash
Is always Mister Right, 'cause we are living in a material world
And I am a material girl
You know that we are living in a material world
And I am a material girl

Some boys romance, some boys slow dance
That's all right with me
If they can't raise my interest then I
Have to let them be

Some boys try and some boys lie but
I don't let them play
Only boys who save their pennies
Make my rainy day, 'cause they are

Living in a material world
Living in a material world

Boys may come and boys may go
And that's all right you see
Experience has made me rich
And now they're after me, 'cause everybody's living in a material world
And I am a material girl
You know that we are living in a material world
And I am a material girl

A material, a material, a material, a material world

Living in a material world [material]
Living in a material world
(repeat and fade)

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