jueves, 24 de enero de 2008

Una foto y una dedicatoria de Cabrera Infante para un libro

Quería hacerme una foto chula y como con el mac viene esa cosa llamada photo booth me lancé a ello. Salieron tropecientas sin el menor descaro, es increible como le hemos perdido el miedo a las fotos con el rollo digital.

No se cómo lo he hecho pero la verdad es que he conseguido una foto melancolica en la que mi nariz parece haber crecido varios metros.Pero me veo en paz y me gusta. Me recuerda a una de esas fotos que siempre se publican de Virginia Woolf, y no es que sea ninguna incondicional, pero es que es una de esas fotos míticas que han pasado al imaginario colectivo. Hace poco la vi recogida en el libro que el fotografo Jean Marie del Moral ha hecho de mi amigo Antonio Pérez.

Me quedé gratamente sorprendida, con ese extraño sentimiento de quien posee un vicio privado y encuentra otro alguien que lo comparte, como si de repente hubiera nacido un secreto entre ambos. Pero el secreto en este caso lo es a voces.
En realidad a mi la Woolf, para que ocultarlo, me aburre un rato. Lo he intentado varias veces, soy además vecina ocasional de su barrio londinense al menos una vez al mes, paso delante de esa placa azul con su nombre en la puerta de su edificio en mi camino a Covent Garden, pero no lo consigo.

Y es que en realidad yo siempre quise ser como Katharine Hepburn, como ella en Historias de Philadelphia o en Bringing up Baby. Supongo que lo que quería era no ser yo, y el yo que anhelaba era esa personalidad arrolladora, embaucadora, encantadora y maravillosa, osea que anhelaba ser la Hepburn de esas pelis. En una ocasión, Guillermo Cabrera Infante me dedicó uno de sus libros. Habíamos compartido en varias ocasiones mesa y mantel, amigos en común, una entrevista y hasta un viaje a Cuenca. En la dedicatoria escribió: "(...) a la chica que tiene la melena de Rita Hayworth, bella siempre" Creo que es lo más cerca que he estado nunca de ser una estrella: Dentro de esos ojos achinados y miopes de Cabrera.

Ahora pienso en mis libros dedicados. Nunca he sido mitomana, ni fan de nadie hasta la médula. Admiro a mucha gente, por su valentía, por su genialidad, por su arte, pero nunca llego al mito. Tal vez por ello he deshechado la ocasión de acumular autografos en pedazos de papel. Sin embargo el otro día, en ese mismo libro de del Moral, descubro una foto de una dedicatoria que Hemingway le hizo a Antonio. El solo deleite de la caligrafia, la visión de algo tan personal como la escritura, la observación milimetrica de las curvas, las volutas, su firma... me hizo sentir una punzada de tristeza, melancolía o como dicen Andreas y los brasileños de saudade (dolor del mundo). Ahí empecé a hacer una lista mental de mis libros dedicados, no muchos, la mayoría llenos de palabras vacías, de escritores que no me conocen y me despachan con un florido "afectuoso saludo a mi amiga lectora", qué pereza más grande. Son graciosos los de Juan Manuel de Prada con el que coincido cada tres o cuatro años, intenta el pobre hacerlos personales y acaban siendo facilmente olvidables. Uno memorable de mi amigo Marchamalo (creo que él no es consciente de la genialidad): "A la princesa del B" en alusión a que yo hice la carrera en el aula contigua y al mismo tiempo que Letizia Ortiz. O el mítico desastre de Camilo José Cela, al que siempre odié y odiaré porque se equivocó 3 veces en mi nombre y mi apellido hasta escribirlos correctamente grrrrr (eso con 18 años no se olvida).

Tengo que acordarme de pedir que me dediquen libros ésos a los que tengo cerca, los que me convierten en estrella de hollywood o princesa, los que cuando escriben amiga lo hacen desde el corazón. He descubierto que me gusta la nostalgia que se siente releyendo y perdiéndote en las volutas y dibujos de las palabras que un día te regalaron.

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