viernes, 7 de marzo de 2008

Un recuerdo de los 90: Vacaciones en Roma







Hoy volvía en ave a Madrid con la modorra del cansancio de la semana, el aburrimiento de una entrevista y dos reuniones que dejaba atrás y con la rutina acuestas de un día de trabajo acumulado en el calendario.
En el mismo vagón 4 chavales italianos se desparramaban en los asientos contiguos. No creo que tuvieran más de 25 años. Zapatillas de deporte, muchos granos, exceso de marcas gigantescamente obscenas en los cinturones y gafas de sol. Pantalones enormes y largos, cazadoras estrechas. Una especie de Spaghetti-Beckham del momento con mechas rubias tintadas sin cuidado en incipientes crestas de pollo.
El otro día me contaron de la existencia de la España del Politono, ese público que llama al 5543 o al 1717 y se baja en el móvil el arribaespaña o la rana que eructa a ritmo de reguetón.
Bien, pues estos 4 debían ser de la Italia dei Politoni.
Nuestro país se rige indiscutiblemente por los politoneros. Ellos son los que consumen, votan, los que trabajan a ritmo de ETT, los que levantan el país, los que dejan de consumir y lo sumen en la crísis, los que lo horterizan, lo bailan en macro discotecas, se manifiestan, se empastillan, usan shockwaves para el pelo (siempre me ha fascinado el nombre), compran 4 tangas por dos euros, se hipotecan hasta las cejas por 90 metros, necesitan supernnanys para sus hijos, asisten a los castings de gran hermano y encumbran la playstation como el must indispensable del momento. Son fácilmente reconocibles porque son hijos de esos señores que en los 80, con pelo en la espalda, poblaban en agosto las playas del mediterráneo riñonera acuestas.
Mis amigos politoni me desconciertan. Hacen el gesto ese de la mano en forma de alcachofa, con los dedos unidos por las yemas, que uno piensa que no es más que un topicazo. Y pienso en mis años de estudio de italiano y en mi libro de segunda mano "Como aprender italiano en 30 días". La de repasos que le dí.

Los italianos de mi adolescencia eran una especie de mitos de la época. Los italianos que venían a las playas, los italianos que conocías en la excursión de fin de curso. Los que te perseguían en los viajes de fin de semana, esos que hacías en la carrera con amigas, dentro del Coloseo o en la Fontana di Trevi. Los italianos de mi época estaban siempre bronceados, llevaban gomina, jerseys atados en la cintura, gafas de sol, polos Lacoste, tenían vespa.... Pensándolo con distancia, eran una especie de caricatura del votante del PP actual cruzado con el Bardem de Jamón Jamón.
Pero nos encantaban.

Los italianos te perseguían, te acosaban, te miraban con descaro fijamente a los ojos, bebían martini y llevaban camisas de lino blanco como George Clooney en los anuncios. Te decían piropos que los tíos españoles no se atrevían ni siquiera a pensar. Usaban perfumes idiotizantes. Te mentían en el oido bajito. Te miraban de medio lado como Alberto San Juan.
Tú sabías que obviamente todo era una ilusión, que sólo eras la chica un millon doscientos mil y que detrás de tí habría otra y otra, como en los casting de OT.
Pero nos encantaban.

Los italianos no eran ni novios formales, ni aspiraban a ser tenidos en cuenta como algo serio. Es más, cualquiera que pensara lo contrario salía de dudas en apenas un par de meses, desinflado el interés de principio. O a más tardar 24 horas después, al descubrir que tu italiano particolare te abandonaba para ir a buscar a su tronca oficial, una especie de monicabellucci casta y pura que les haría los penne rigatte al dente hasta la muerte.

El mío se llamaba Antonio. Me dijo que era hijo del dueño del Gran Hotel di Roma. Que vivía en el áttico (lease con acento). Que la palabra Roma era Amor al revés (esto debía venir en el manual de la franquicia). Me repitió mil veces tevogliobene en una semana, cuando a mi novio oficial por entonces le había costado año y medio soltarlo como un exhabrupto. Me llevó a una de las 7 colinas a ver las estrellas. Adoraba mi belleza, mi inteligencia, mi ironía, mis labios, mis 19 años. Y me hacía capuccinos con un corazón de café sobre la espuma de la leche...

Qué mas daba que el amor eterno durara una semana. Que los besos fueran robados, si eran dentro de un confesionario de San Pedro. Que Antonio apareciera vestido de botones del Gran Hotel el día que nos despedimos. El mundo era un lugar maravilloso.

No hay comentarios:

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...