viernes, 13 de agosto de 2010

Piemonte I: La Prima Impressione

El Piemonte, al norte de Italia (frontera con Suiza y Francia) es una suerte de Galicia encantada. Montículos verdes plagados de viñas en hileras, más montículos, castillos sobre las colinas, monasterios, más hileras de viñas. El tiempo es fresco y primaveral en pleno agosto, la carretera sinuosa. Llueve cada dos días, una lluvia torrencial de verano que cesa tan rápido como llega.
Apenas 10 km separan unos pueblos de otros, eso sí, para descubrirlos hay que hacer el esfuerzo de subir, montaña arriba, rodeando la colina, montaña abajo para trepar de nuevo a la de enfrente coronada por la iglesia del pueblo.



Dicen los piemonteses de sí mismos que son "chiusos" cerrados, cuadriculados, porque se sienten cerca de Los Alpes y del centro de Europa y cero cercanos al emperador romano ese que tienen por presidente de la República. Pero lo cierto es que de "chiusos" nada. Son menos aspavénticos que los italianos del centro o del sur, esto es el norte del norte de Italia. Para mí, un tipo de gallegos o castellanos, pragmáticos, simpáticos sin estridencias, sencillos.


Cuando el "Barolo" se hizo famoso en el mundo entero, y más especialmente en Estados Unidos, que consume casi el 70% de la producción mundial, pocos podrían haber pensado que estas familias de agricultores, cada uno en su colina, se iban a convertir en una especie de royals del mundo del vino. No se puede visitar el Piemonte sin pasarte por la mítica bodega de Aldo Conterno o de Pío Cesare. Más de 4 generaciones en muchos casos dedicadas a la fabricación y venta del vino. Otras tantas dedicadas a la tierra y al cultivo.

Barolo, es el nombre de uno de los pueblos de la zona, el que da nombre a esta denominación de origen. Y los barolos, se hacen con dos tipos de uva, nebbiolo o barbaresco. La nebbiolo es tánica a más no poder, una especie de vinazo tinto potente que, por contraste, tiene aromas ricos y delicados de bosque encantado: hojas mojadas de lluvia, setitas, piñas húmedas, hierba, más hojas.... descubro tras una semana embarolada que me encanta girar y girar la copa llena de nebbiolo y meter la nariz. A veces encuentro nueces, canela, hasta una vez un pudding navideño. Pero en el momento que lo bebo, uf, la tanicidad me puede. No es que se me quede la boca seca, es que tengo los labios por dentro absolutamente pegados a mis dientes. Aun así, se que seguiré intentando entenderlo por mucho tiempo porque hay algo fascinante en este vino.

La zona, además de pueblos de cuento empedrados, bodegas que son castillos o monasterios y restaurantes con una o varias estrellas Michelin, tiene, aquello que más envidio de los italianos: cuidado por el detalle. Da igual donde estés, podrá ser la trattoria más chunga del pueblo más perdido, puede ser basto y rustico y agreste, pero será siempre bello. La armonía de una servilleta de papel que hace juego con un mantel de cuadros. El tiempo perdido en elegir un cesto para el pan que no desentone con las sillas y las mesas de madera lavada. Los vasos rústicos llenos de burbujas de vidrio sopladas. Los grissini, ahora atados con un lazo sobre el mantel, ahora metidos en una bolsa de papel de estraza sobre la mesa o a modo de flores en un vaso.
En España asociamos estos detalles al precio. En Italia, comemos de menú en una taberna en armonía con la belleza de las pequeñas cosas. Queremos pensar que nuestro aceite es mejor que el italiano, y nuestro vino, pero lo cierto es que ese valor añadido, ese servicio, esa "extra mile" que recorren (-y de la que hay cientos libros de empresa publicados-) no la llevamos en el adn los españoles y ellos nos han ganado, nos ganan por la mano.


Este viaje con forma de post continúa en:

No hay comentarios:

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...