Apenas 10 km separan unos pueblos de otros, eso sí, para descubrirlos hay que hacer el esfuerzo de subir, montaña arriba, rodeando la colina, montaña abajo para trepar de nuevo a la de enfrente coronada por la iglesia del pueblo.
Dicen los piemonteses de sí mismos que son "chiusos" cerrados, cuadriculados, porque se sienten cerca de Los Alpes y del centro de Europa y cero cercanos al emperador romano ese que tienen por presidente de la República. Pero lo cierto es que de "chiusos" nada. Son menos aspavénticos que los italianos del centro o del sur, esto es el norte del norte de Italia. Para mí, un tipo de gallegos o castellanos, pragmáticos, simpáticos sin estridencias, sencillos.
Cuando el "Barolo" se hizo famoso en el mundo entero, y más especialmente en Estados Unidos, que consume casi el 70% de la producción mundial, pocos podrían haber pensado que estas familias de agricultores, cada uno en su colina, se iban a convertir en una especie de royals del mundo del vino. No se puede visitar el Piemonte sin pasarte por la mítica bodega de Aldo Conterno o de Pío Cesare. Más de 4 generaciones en muchos casos dedicadas a la fabricación y venta del vino. Otras tantas dedicadas a la tierra y al cultivo.

La zona, además de pueblos de cuento empedrados, bodegas que son castillos o monasterios y restaurantes con una o varias estrellas Michelin, tiene, aquello que más envidio de los italianos: cuidado por el detalle. Da igual donde estés, podrá ser la trattoria más chunga del pueblo más perdido, puede ser basto y rustico y agreste, pero será siempre bello. La armonía de una servilleta de papel que hace juego con un mantel de cuadros. El tiempo perdido en elegir un cesto para el pan que no desentone con las sillas y las mesas de madera lavada. Los vasos rústicos llenos de burbujas de vidrio sopladas. Los grissini, ahora atados con un lazo sobre el mantel, ahora metidos en una bolsa de papel de estraza sobre la mesa o a modo de flores en un vaso.
En España asociamos estos detalles al precio. En Italia, comemos de menú en una taberna en armonía con la belleza de las pequeñas cosas. Queremos pensar que nuestro aceite es mejor que el italiano, y nuestro vino, pero lo cierto es que ese valor añadido, ese servicio, esa "extra mile" que recorren (-y de la que hay cientos libros de empresa publicados-) no la llevamos en el adn los españoles y ellos nos han ganado, nos ganan por la mano.
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