jueves, 5 de abril de 2012

Roma, El Prólogo: Hungry for the Sound


Me he pasado la infancia viajando por medio mundo para escuchar música. Somos una familia de obsesivos compulsivos y esa era la única obsesión de mi padre, músico frustrado, hijo de músico y sordo para más inri.

Era complicado en los 70 tardíos y los 80, incluso en los 90, llegar a una ciudad del mundo que no conoces de nada y -sin internet- localizar dónde hay música en directo. Cuáles son los buenos y los malos locales, a quién merece la pena o no escuchar, dependiendo casi siempre de los consejos reguleros del conserje de un hotel o del tipo de un bar, o de un amigo que una vez estuvo allí.... y la traduccion del ingles de una niña de 12 años (osea yo).
La cena era siempre un mero trámite, y además un trámite que debíamos gestionar rapidito -no nos vayamos a perder el primer pase-. Una obsesión brutal por el jazz más histriónico y ruidoso, el blues más profundo y triste, el boogie o el swing. Un pasión sin límites, como un amor furtivo, como una adicción descontrolada que, cuando tienes 8, 9 o 12 años te parece lo más espantoso, la más terrible enfermedad que pudiera afectarte.
Una locura que como él no podía desarrollar,  llevó a que mi hermana acabara la cátedra de violín, pasando por clarinete y piano. Y a que yo con 4 años comenzara en el conservatorio, para hacer guitarra, la carrera de piano, solfeo, armonía... y otro montón de terribles asignaturas, extrañas para mí, que me hicieron compartir mi infancia con gente que me triplicaba la edad y que contribuyó a que aún fuera más rarita de lo que ya era de fábrica.

"Hungry for the Sound" sería el título ideal para una biografía de mi padre, porque la suya, es además como esas historias míticas del jazz, de Charlie Parker, de Robert Johnson, Muddy Waters, de músicos ciegos, adictos, torturados... la historia de un sordo casi profundo que siente la música de una manera alucinante. Pero esa es otra historia.

"Hungry", a secas, debería titularse la mía. Porque si su obsesión ha sido y es la música. La mía es la comida. Y en esa herencia-obsesión por viajar con una meta ¿por qué íbamos nosotros a viajar por el arte, la cultura, los idiomas, los monumentos? Yo elegí viajar para comer, para saborear, para oler, para encontrar algo por fuera que no corresponda con su textura, para descubrir que dos cosas por separado son mucho más si las juntas....

Así que hoy comenzamos nuestro recorrido romano, a modo de via crucis, plagado de lugares donde dar rienda suelta a la pasión gastronómica. Y con la pena de que en 3 días solo tienen cabida 3 comidas y 3 cenas.... difícil elegir.

Ahora me acuerdo de tantos bares, de cuevas y locales en Paris, en Amsterdam, Roma, Nueva York, Miami... siempre viajaba con nosotras, siempre escabullendonos porque en muchos sitios no permitían niños, porque consideraba la música callejera una educación tanto a más importante que la del cole o el conservatorio.... Procesiones en busca del santo Grial de la música. Una adiccion prodigiosa y brutal que aparecía a la caída de la tarde y que nos llevó varias veces al santasantorum. A La Meca de cualquier loco del jazz: Nueva Orleans. Y mientras mi hermana y yo penábamos por Disneyworld -Orlando no esta tan lejos- decíamos, mi padre estaba en su Disney particular. Y ahora lo entiendo, porque yo encontré el mío en Roses, y en Londres y Dinamarca, en el Piemonte, en cada uno de los viajes que emprendemos. En cada uno de los sabores y destinos que curiosamente siempre asocio a un disco diferente.... Otro día os lo cuento pero Washington es Nick Drake, Paris es Kind of Blue de Miles Davis, Las Montañas Rocosas Ray Lamontagne, Valle de Napa Van Morrison.... and so on...

1 comentario:

Anónimo dijo...

pues acabo de llorar.
que bonito post pat.
te quiero

nata

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...